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Primera parte

“Usté será responsable si nos quedamos sin trabajo”


1.- Santa María Zotoltepec, al cierre de una asamblea informativa entre campesinos en el ensueño del empleo minero, geólogos del progreso y el realismo, madres de familia en la incertidumbre y activistas ambientales aves del mal agüero:


“Sé realista –me dice el joven geólogo Roosvelt, empleado de la minera canadiense Almaden Minerals, Ltd., y me lo dice fuerte para que lo escuche bien toda la comunidad presente en la asamblea–, la mina y el oro y los empleos y el desarrollo y el progreso y el futuro… o nada.”


Habla del oro guardado bajo la capa de ceniza volcánica que cubre el lomerío pelado que trepa a la montaña cerrada de nubes, arriba de los tres mil metros, la misma que del otro lado, en Tetela de Ocampo, cae para formar la cañada en la que la empresa Minera Frisco quiere poner su propia explotación a cielo abierto.


“Sé realista –vuelve decir–, ponlo en una balanza…”


Yo le he dicho antes que la empresa canadiense está obligada a informar de las consecuencias que tendrá la instalación de una mina a cielo abierto para la región: el tajo enorme, los riesgos del cianuro para la cuenca del río Apulco, el agotamiento del agua


Y luego viene su primera acusación: “Tu tienes un negocio con esto –me dice–, tú tienes una organización, una empresa de esto, tú ganas dinero con esto, tú tienes relación con Oxfam y de ahí sacas dinero.”


La mentira como un barreno. Es la primera noticia en mi vida de la existencia de Oxfam, me digo, y averiguaré al respecto. Pero no paran ahí los reclamos y acusaciones: en un momento me rodea el grupo de campesinos mineros. Uno de ellos, que podría tener mi edad, me dice: “Usté dijo que iba a hablar con la verdad, muy bien, dígale aquí al pueblo, con toda la verdad, ¿en cuánto va usté a vender este movimiento?” Así, sin más, segunda acusación. Y todo el grupo le aplaude. Y no para ahí, pues del grupo sale un hombre de bigote, sombrero, tirantes y faja de cargador. Sube y baja frente a mi cara su mano derecha con el índice extendido mientras habla y lanza la tercera acusación: “Mire señor, si esto se para, si no se hace la mina, yo le digo que usté va a ser responsable de que yo no tenga trabajo, porque usté no más viene a decir, pero usté no nos va a dar empleos. Así que yo no me voy a olvidar de usté.”


No será fácil olvidar su rostro de campesino enojado.


2.- Domingo 29 de julio por la tarde en el auditorio de blocks y techo de lámina del pueblo de Santa María Zotoltepec, en la cañada del río Apulco, en Ixtacamaxtitlán. Las autoridades del pueblo han convocado a la empresa minera canadiense Almaden Minerals, que ellos conocen como Minera Gavilan o Minera Cerro Grouse, y al grupo civil Tetela hacia el Futuro, que trae su propio litigio del otro lado de la montaña que nos cobija esta tarde, a presentarle sus decires a esta comunidad campesina a la que por el oro se le vendrá el cielo abierto encima. Desde que el 7 de julio pasado el grupo civil Unitierra presentara un video sobre la realidad de una comunidad guatemalteca que ha sufrido las consecuencias de una explotación minera a cielo abierto propiedad de la empresa canadiense Goldcorp, la gente anda nerviosa, igual los campesinos reconvertidos en exploradores mineros, abiertamente favorables al trabajo de los geólogos y sus barrenos, que las mujeres que han visto las enfermedades que resultan de la contaminación de las aguas y los enormes agujeros que dejan los tajos en la tierra.


“Así que las dos partes tienen veinte minutos cada una para decir lo que tengan que decir –nos dice muy serio a los presentes el Inspector, acompañado por la Juez de Paz–, ya será el pueblo en asamblea el que decida”.


Hoy no será eso, pues no se ha reunido el pueblo entero, nos informa.


El escenario es un rústico auditorio de block gris y techo de lámina, sin ventanas y con un portón metálico al frente, un corralón amplio para que pueda tocar ahí cualquier súper original y tumbadora banda machos o cuisillos y la música apriete los cuerpos en este rincón remoto del mundo. La reseca cañada del Apulco. Aunque esta tarde llueve recio, y contra los goterones sobre el techo de zinc no queda sino el barullo atropellado de las palabras y su incapacidad para encausar una reflexión atinada y serena sobre la vocación de estas sierras y sus bosques generadores de agua, sus pueblos y caseríos dispersos y enraizados en su soledad originaria, sus estadísticas de pobreza y sobrevivencia agrícola, y los cantos ensoñadores y eternos del desarrollo económico y el empleo, esta vez anunciados por las tecnológicas puntas diamantinas de los barrenos y la paciencia también originaria de los mineros.


3.- Ixtacamaxtitlán quiere decirlo todo: cerca de la faja blanca o lugar del camaxtle blanco donde está el sol iniciador de las guerras y al que se ofrecen los corazones de los guerreros caídos. La historia está bien contada en el portal web del ayuntamiento (http://www.ixtacamaxtitlan.gob.mx/index.html). Primero los totonacas, que llegan según Torquemada en el 719, luego los chichimecas que los conquistan en 1173, al final los nahuas en 1464 con el guerrero Ahuítzol que para el tlatoani Moctezuma Ihuilcamina avasalla a todos menos a los de Tlaxcallan.


Historia vieja, para imaginar los vientos y los silencios de tiempos perdidos que resuenan todavía en las voces de sus caserios dispersos: Almonamique (33 habitantes), Tuligtic (240 habitantes), Cuahuigtic (285 habitantes), Capolicttic, (245 habitantes), Ocotla (157 habitantes), Escuinapa (29 habitantes), Cuapazola (345 habitantes).Y así tiene 114 Ixtacamaxtitlán. Hoy ese territorio da cuenta de la cañada del Apulco, que se desprende en las cimas de tres mil metros por las que se alza el arranque meridional de la Sierra de Puebla, desde el sur poniente en la frontera con Tlaxcala, Chignahuapan e Ixcaquixtla, y que corre por treinta kilómetros hasta quebrarse al norte y penetrar en Zautla, para correr otros 36 kilómetros hasta las cascadas de Apulco en Zacapoaxtla. Una cañada que hace quinientos años se entretenía con las guerras a hachazos entre Tlaxcallan e Ixtacamaxtitlán, que vio pasar en agosto de 1519 por ese Señorío a Cortés con sus caballos y arcabuces rumbo a conformar la alianza que conquistaría Tenochtitlan, y que se sumió en el aislamiento de los templos y conventos que levantaron los franciscanos con la misma piedra rosada que todavía hoy se extrae de las canteras y que los llevó en los años cincuenta de ese siglo XVI a la rebelión de los indios, según el historiador, “contra los españoles, particularmente contra la Iglesia católica y los curas que exigían de ellos pesadas cargas de tributos y de trabajos forzosos: huyeron a los bosques de los alrededores y establecieron allí sus casas”. Luego, a punta de fuego los devolvieron al yugo, pero no perdieron la costumbre de vivir en el monte.


Y ahí Santa María Zotoltepec, una aldea de 395 habitantes, a 2,200 metros sobre el nivel del mar, en la ribera norte del Apulco, cuando el río todavía no parte la barranca en quebradas y desfiladeros de más de trescientos metros, cuando casi es un arroyo bronco de verano, cuando hacia su cuenca la montaña se desgarra en arañazos a la tierra en cañadas y vallecitos que han perdido gran parte de sus bosques. No tiene más de diez casas en su centro, además del templo, la escuela y la cancha de básquet techada, pero cuento en google earth más de cien en un radio de 500 metros a la redonda. Como pocas veces he visto, Santa María es el reflejo más original de la vida campesina: el pueblo casi no está en el caserío, el pueblo está pegado a las milpas en los ranchos de teja, el pueblo vive desperdigado, entreveradas sus casas por brechas de barro cercadas por palmas y magueyes, sometido por una comarca sin horizonte, sin más vuelo a la vista que la montaña nublada y morena.


Ixtacamaxtitlán es el quinto municipio más grande del estado, con 568 kilómetros cuadrados (el 1.6 por ciento del territorio poblano), 25,326 habitantes desperdigados en 14 pueblos que no tienen más de dos mil personas y en 114 comunidades que no tienen más de quinientas. Y ya tan sólo 2,797 personas hablan náhuatl. Y viene entonces la fortaleza del discurso minero, la precaria existencia de los montañenses: 82 de cada cien hombres vive exclusivamente del trabajo en el campo; una de cada cuatro personas vive en pobreza extrema, ocho de cada diez tienen un ingreso inferior a la línea de bienestar, uno de cada cinco adultos es analfabeto, una de cada tres casas tiene piso de tierra, sólo el 0.3 por ciento de la población tiene internet en casa.


Desde esa dispersión y sobrevivencia campesina mira sus cañadas metálicas Santa María. El monte marcado por la palabra tajo desde el 9 de agosto del 2010, cuando los geólogos canadienses de Almaden Minerals, Ltd. –la exploradora minera especializada en localizar las vetas de oro y plata para venderlas como descubrimientos a las grandes corporaciones mineras, y que tan solo en este municipio tiene concesionadas 57 mil hectáreas–, seccionaron con sus barrenos 302.41 metros de 1.01gramos por tonelada de oro y 48 gramos por tonelada de plata, y 1.67 metros de 60.66 gramos/tonelada de oro y 2112 gramos/tonelada de plata, que bautizaron como Ixtaca Zone, su nuevo descubrimiento de oro en México y que promueven en los mercados de Toronto y Nueva York como un conjunto cien por ciento de su propiedad y calificado como un descubrimiento de alto riesgo por el portal 24hgold.com. Y desde entonces han realizado 143 barrenos en un área de un kilómetro cuadrado.



4.- Los actores llegamos todos a tiempo:


Al muy gruñón ingeniero Morgan Norm Dirk, lo sacaron de Blanca Nieves. Le falta su gorro frigio. Algo de sordera ayuda a su mal carácter. Ya en los sesenta, no puede sino hablar a gritos. Abiertamente es el canadiense del equipo minero, aunque no tuve forma de corroborarlo, y bien podría ser un gringo experimentado en los desiertos de oro de Nevada. Claramente odia a todo aquel que le parezca “ambientalista”. Sí, como sacado de cuento de brujas, rondará por todos los corrillos formados bajo el ruidoso auditorio de Santa María.


Roosvelt, el joven de la balanza y el realismo, es un ingeniero geólogo enamorado del desarrollo minero, de la tecnología y de las empresas ‘socialmente responsables’. Le calculo unos 30 años, y vive justo la etapa del trabajo de campo, de las botas y el polvo que todo lo muerde. Es un cruzado metalúrgico. Es un modelo para un reportaje de alguna revista de ingeniería mexicana. A él le han encargado presentar el punto de vista de la empresa canadiense ante la comunidad de Santa Maria Zotoltepec. Trae en la mano un escrito que imaginará un barreno para desbaratar las mentiras de “los ambientalistas”.


La Ambientalista, le llamaremos. También en los cincuenta. Está en verano, el trabajo universitario en receso, así que puede ir y venir por los pueblos serranos en franco plan de levantamiento contra los proyectos hidrológicos y mineros que parecen desatarse como trombas en el horizonte de estas cañadas de piedra y agua. Hace dos semanas logró presentar en Santa María un video sobre el cianuro y el tajo abierto de las mina en Centro América, y ha logrado conmover a algunas mujeres de este pueblo prendido al trabajo de la exploradora minera.


El campesino reconvertido en minero. Él es todas las voces y ánimos campesinos que han encontrado una alternativa a la inanición de la milpa. Entre treinta y cuarenta años la mayoría. Empezaron acompañando a los geólogos en sus incursiones en el monte, como guías, como cargadores, como conversadores. Han aprendido de ellos que se puede mirar al fondo de la tierra como la imagina un ciego, adivinar sus dolencias –anomalías, les dicen los expertos, convulsiones geológicas que anuncian fortunas a los electrónicos gambusinos–, olvidarse del monte que la cubre, dejar de nombrar a las yerbas, los hongos y las lagartijas, y pensar en piedras a las que ahora rompe con su barreno, pues tal confianza le han dado ya los canadienses. Como el alumbre, tal vez imagine que dejará de ser jornalero agrícola.


La autoridad de Santa María. Él es un inspector adusto, bigotón de ojos fríos y palabras certeras que sabe que tiene el mando sobre la asamblea. Ella se llama Rocío, Jueza de Paz y con las llaves del auditorio rústico en el que se dirimen fiestas y matrimonios y futuros. Ambos han llamado a esta reunión, pues los dos han visto el video guatemalteco sobre las consecuencias para la salud y el medio ambiente en una comunidad maya en la que la canadiense Goldcorp explota a cielo abierto el oro.


Él es un reportero de 57 años. Viene a conocer este monte de la codicia metálica concesionado a los canadienses en cincuenta kilómetros cuadrados. Llega como periodista para averiguar de este espíritu explorador de la comunidad campesina de Santa María. Pero acaba por el ser el presentador de la perspectiva que los campesinos-mineros llaman “los ambientalistas”.

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